“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron”
Michel de Montaigne
Nuestros pensamientos, “esa voz” que escuchamos en nuestra cabeza, ¿nos permiten llevar una vida fácil, plena y feliz o por el contrario parece que muchas veces están “en nuestra contra” limitándonos, boicoteándonos y lastrando nuestro bienestar? ¿Es real todo lo que “nos contamos” a nosotros mismos o más bien poco o nada tiene que ver con lo que realmente está pasando? ¿Sería posible hacer algo para cambiar la relación que tenemos con nuestros pensamientos y poner nuestra mente a nuestro servicio?
Sin duda uno de los acontecimientos más importantes de la evolución humana es la capacidad que tenemos para pensar. Sin embargo, otro acontecimiento aún más importante, es la capacidad que tenemos para ir más allá de nuestros pensamientos.
Observemos en primer lugar cómo funciona nuestra mente.
No podemos evitar pensar
Cuando nos detenemos un instante en silencio podemos descubrir rápidamente una de las principales características de nuestros pensamientos: son inevitables. Se estima que nuestro cerebro genera unos 60.000 pensamientos diarios. Nuestra mente funciona como cualquier otro órgano de nuestro cuerpo, es decir, generando pensamientos por el simple hecho de estar vivos lo queramos o no. Apagar la mente y dejar de pensar no es una opción posible.
Pero, ¿quién piensa?
Cuando pensamos asumimos siempre la voluntariedad de la acción. Es decir, yo pienso. Pero, ¿es esto completamente cierto? Por supuesto que pensamos, pero… ¿qué ocurre cuando no necesito o no quiero pensar en nada? Hagamos la prueba: detente un instante, deja todo lo que estés haciendo y durante los próximos 30 segundos lleva toda tu atención a las sensaciones físicas que percibes en tu abdomen al respirar y si lo deseas, cierra tus ojos. ¿Qué ha ocurrido? Te habrás dado cuenta de que tu mente no puede dejar de generar pensamientos. Tu intención era llevar toda tu atención a las sensaciones de tu respiración pero inevitablemente emergieron en tu mente todo tipo de pensamientos de manera involuntaria. Cuando lo vemos desde esta perspectiva podemos observar que gran parte del tiempo “somos pensados” por nuestra mente. Es decir, yo no decido pensar voluntariamente en nada, pero el pensamiento, simplemente ocurre. Esto puede resultar bastante chocante al principio, aunque al mismo tiempo puede ser bastante liberador al hacernos conscientes de que los pensamientos no son nuestros, sino que simplemente aparecen en nuestro campo de consciencia. También abre una puerta a la esperanza, ya que, si soy capaz de observar mis pensamientos desde la distancia, viendo como aparecen en mi consciencia, también puedo ser capaz de elegir si ese pensamiento que acaba de surgir en este instante me resulta útil para vivir este momento o no. Y aquí radica el quid de la cuestión, ya que, normalmente, no observamos ni elegimos, sino que nos identificamos y nos dejamos arrastrar por absolutamente todo lo que aparece en nuestra mente. Asumimos que nosotros somos lo que pensamos, tanto si esos pensamientos son voluntarios como si no lo son.
Los pensamientos no están bajo nuestro control
Muchas veces intentamos controlar nuestros pensamientos. Por ejemplo, desearíamos tener pensamientos positivos y afectuosos acerca de nosotros mismos y desterrar los que consideramos como negativos o nos hacen daño. Sin embargo, otra característica de los pensamientos es que están completamente fuera de nuestro control. No puedo saber cuál será el pensamiento siguiente, no hablemos ya de los de mañana. ¿Has observado qué ocurre cuando intentas no pensar en algo concreto? (el clásico ejercicio de “no pienses en un elefante rosa”, por ejemplo). Inevitablemente ese pensamiento, esa imagen, aparece. No puedes no pensar en ello. No lo puedes controlar.
Todo es una interpretación
Quizás la característica más importante de los pensamientos es que estos nunca describen la realidad. El hecho de que el contenido de mis pensamientos, mientras espero por los resultados de la prueba médica que me acaban de realizar esta mañana, sea muy negativo, no convierte ese contenido mental en una realidad. ¿Acaso puedo saber realmente qué es lo que va a suceder? Todo es una interpretación y lo que realmente nos afecta a cada momento no es el hecho objetivo en sí que estamos viviendo, sino lo que “nos contamos” acerca de la experiencia, es decir, lo que mi mente interpreta.
Entonces, ¿qué podemos hacer con nuestros pensamientos? ¿Cómo podemos ir más allá de eso que “nos contamos” a cada instante?
1.- Fortalece tu atención
A través de la práctica continuada de mindfulness (atención plena) fortalecemos el músculo de la atención. Es decir, entrenamos nuestra atención para que permanezca donde nosotros deseamos que esté y deje de ser como un “mono loco” que va saltando de pensamiento en pensamiento.
Con la práctica comenzaremos a “separarnos” progresivamente y de manera natural de nuestra divagación y rumiación mental. Desarrollaremos lo que se denomina figura del “observador”, descubriendo la posibilidad que tenemos de elegir si un pensamiento es útil para nosotros o no, sin quedar atrapados por ellos. Poco a poco comenzaremos a ver a los pensamientos como “fenómenos mentales” y no como la realidad, pudiendo gozar de una deliciosa y progresiva sensación de libertad.
2.- Permanece en el presente
Nuestra mente, por defecto, no suele permanecer mucho tiempo en el momento presente. Pero, ¿cuáles son las consecuencias que se derivan de ello?, ¿para qué estar presentes? Los pensamientos no son gratuitos y en muchos casos traen consigo emociones aflictivas que nos generan estrés y ansiedad. Pensemos en el miedo, por ejemplo. Si lo analizamos, veremos que nuestro miedo está casi siempre relacionado con algo que va a pasar en un futuro y no sobre lo que está pasando ahora en el instante presente. En otras palabras, nuestro miedo es sobre algo que realmente no existe, es imaginario. No está basado en la realidad. Está basado en nuestra mente, en nuestros pensamientos. Cuando estamos perdidos en nuestros pensamientos de futuro, esa es la base de nuestro miedo. Si estuviéramos basados en la realidad, en lo que realmente está pasando aquí y ahora, entonces no habría miedo.
Pero, ¿cómo podemos estar más presentes y tomar distancia de nuestros pensamientos cuando estamos completamente “atrapados” en ellos? Para conectar con el aquí y ahora tenemos siempre un recurso disponible: nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo habita en el instante presente y para salir de la identificación con el pensamiento y re-conectar con este momento no tenemos más que sentirlo, tomar consciencia de él. Por ejemplo, podemos llevar nuestra atención a nuestros pies (la parte del cuerpo más alejada de nuestra mente) y observar qué estamos sintiendo. También podemos conectar con los sentidos tomando consciencia de los sonidos, de los olores, etc. que captamos en este instante o, simplemente, podemos caminar tratando de sentir el movimiento de nuestro cuerpo y las sensaciones del aire en nuestro rostro. Si lo practicamos, podremos observar que divagar mentalmente y sentir no son compatibles. Si sentimos y percibimos las sensaciones de nuestro cuerpo, detendremos el bucle de pensamientos.
3.- Utiliza los pensamientos para conocerte mejor a ti mismo
A medida que profundicemos en nuestra práctica y desarrollemos los recursos internos necesarios, podremos experimentar como cada vez nos creemos menos y nos cuestionamos más nuestros propios pensamientos.
Pero los pensamientos seguirán estando ahí y habrá muchos momentos en los que nos continuaremos identificando profundamente con ellos. Hay quien los llama “pensamientos velcro”. Son esos pensamientos espontáneos de carácter negativo que surgen en situaciones muy concretas y que nos enganchan casi de inmediato: un pensamiento de juicio, uno que nos avergüenza y nos hace sentir pequeños, uno acusatorio que nos enfada y nos produce una profunda ira, etc. Normalmente este tipo de pensamientos son capaces de mantenernos temporalmente en un estado de identificación generándonos fuertes emociones aflictivas. No obstante, si somos capaces de mirar a estos momentos de identificación con total honestidad y responsabilidad, podremos ver que también constituyen una excelente oportunidad para profundizar en nuestro autoconocimiento.
Hay muchas maneras de practicar la autoindagación. Una muy interesante puede ser escribir sobre qué nos está pasando. Podemos tratar de definir exactamente cuál ha sido el patrón de pensamiento o la creencia en la que nos hemos vistos atrapados, cuál ha sido la causa o detonante, cuál ha sido nuestra interpretación y cuál el hecho objetivo. A continuación podemos tratar de observar la emoción o emociones que ese pensamiento ha generado y preguntarnos: ¿qué elementos, qué sensaciones físicas componen esta emoción? ¿Cuál es la necesidad básica que está en el origen de este pensamiento y emoción? (por ejemplo, es frecuente que en el origen del miedo esté la necesidad de seguridad).
Lo ideal es que cada uno de nosotros encuentre la manera más adecuada para indagar y profundizar en su autoconocimiento. Lo importante es ir al núcleo del proceso del pensamiento y de la emoción. De esta manera podremos descubrir las creencias ilusorias que nos crean dolor en el momento presente.
La mente es un gran sirviente pero un amo horrible
En definitiva y como decíamos al principio, todo comienza con una sencilla reflexión: mis pensamientos, ¿me ayudan o dificultan mi vida? A partir de ahí podemos comenzar a observar y a tomar consciencia de cómo funciona nuestra mente y a entender que nuestros pensamientos son simplemente sugerencias e interpretaciones de nuestra mente y no hechos objetivos. A través del desarrollo de nuestra atención, la conexión con el cuerpo y la indagación, descubriremos una nueva manera de relacionarnos con nuestros pensamientos, experimentando una mayor sensación de libertad y equilibrio en nuestra vida.