Todos tenemos días grises, días tristes, días oscuros… Días en los que sin saber ni cómo ni por qué parece que todo se nubla. Y quizás nos decimos: “había mucha claridad, había mucha comprensión y de repente parece que ya no está… ¿a dónde se ha ido?”

Pero esta posibilidad está ahí. Quizás nos pasa continuamente o solo de vez en cuando, pero es algo con lo que convivimos muchos de nosotros. ¿Qué podemos hacer?

Podríamos comenzar tomando consciencia de que al igual que hay una parte de nosotros dolida, una parte que sufre, una parte que no está bien… de la misma manera hay otra parte, algo en nosotros que observa, que es testigo. Y curiosamente en esos momentos eso que observa no está dañado, se mantiene intacto. El “yo testigo” jamás se daña. Observa: ¿eres consciente de lo que estás sintiendo en este momento (emociones, sensaciones, pensamientos y percepciones)? Con toda seguridad la respuesta será, sí. A continuación, pregúntate: eso que es consciente ¿se ve de alguna manera alterado por la experiencia o se mantiene intacto independiente de lo que estemos experimentando? Date cuenta de que la experiencia de ser consciente impregna íntimamente toda experiencia, pero nunca se mancha, nunca se daña, nunca se mueve, nunca se ve condicionada por ninguna experiencia en particular. Ninguna experiencia deja rastro alguno en nuestro ser esencial. (Profundizaremos en esta idea en próximas entradas en el blog).  

Por otra parte, es fundamental validar lo que estamos sintiendo. Con frecuencia recurrimos a la búsqueda de respuestas, a querer entender lo que nos puede estar pasando, de dónde viene… y lo hacemos en un intento desesperado por dejar de sentir eso que estamos experimentando. Lo que nos sucede en estos casos es que sí, quizás encontremos respuestas que nos ayuden a comprender, pero muchas veces aun con las respuestas (o supuestas respuestas) parece que eso que estamos experimentando apenas cambia. Quizás pueda disminuir relativamente, pero es muy probable que la próxima vez que se vuelva a presentar el estímulo que provocó la emoción volvamos otra vez a estar como al principio. Pensábamos que lo teníamos resuelto, pero ese sentimiento vuelve… (Importante recalcar que el estímulo que desencadena la emoción nunca es la causa real de esa emoción).

Más allá de tratar de entender quizás este sea un buen momento para aceptar. Aceptar “eso” se ha presentado sin avisar. Aceptar que somos humanos, que somos frágiles y que hay ocasiones en las que todo se nubla. Aceptar sabiendo que tal y como ha venido, se irá. Aceptar de verdad. No aceptando como estrategia para que algo cambie si no permitiendo que todo se manifieste tal y como es. Permitiendo y observando de una manera ecuánime sin dejarnos arrastrar por la emoción. Observando, fundiéndonos tal y como apuntábamos que siempre hay una parte que se mantiene inalterada, que simplemente observa. Simplemente es testigo.

Otro punto importante sería el de tratar de tomar distancia de nuestro bucle de pensamientos sin juzgar, sin buscar culpables, sin tratar de buscar respuestas que nos enreden en nuestros propios pensamientos. Aquí juega un papel fundamental nuestro cuerpo. Conectar con él nos conduce irremediablemente a sentir el “ahora”, a estar presentes. Nos permite descubrir que sentir es incompatible con pensar. El cuerpo es esencial para nuestro equilibrio mental/emocional y conectar con él es la mejor manera de detener el bucle de pensamientos.

Pero, aunque podemos usar esto último como estrategia, lamentablemente en muchas ocasiones no tenemos salida, no hay escapatoria y solo nos queda vivir esta situación difícil y desagradable de la mejor manera posible. Tomemos consciencia de que si tenemos momentos de felicidad, alegría, momentos de placer y dicha también va a haber momentos que no sean así, especialmente si esa dicha y esa alegría vienen dadas por lo externo (personas, situaciones, objetos…). Cuando vivimos sujetos a lo externo tenemos que asumir que se pueden producir estas situaciones. No pasa nada, quizás algún día podamos descubrir en qué consiste la alegría sin objeto, la paz más allá de todo lo externo, de todo lo que nos sucede en nuestra vida.

Mientras tanto aprendamos poco a poco a “caminar” en medio de las circunstancias que rodean nuestra vida: validando, aceptando, manteniendo nuestra atención conectada con nuestro cuerpo y preguntándonos: ¿soy consciente? ¿Quién es ese “yo” que es consciente? ¿Está este “yo” manchado por la experiencia de la que es consciente? Recuerda: el conocer con el que conocemos nuestra experiencia o la consciencia con la que somos conscientes de nuestra experiencia nunca está condicionada ni limitada por aquello de lo que somos conscientes.