Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profundo de sabiduría: la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación. Sólo las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
José María Toro, extraído del libro La Sabiduría de Vivir
Cuando todo parece derrumbarse a nuestro alrededor o simplemente cuando consideramos que las circunstancias externas son desfavorables para nosotros solemos hablar de la necesidad de ser capaces de adaptarnos al cambio, de ser flexibles, resilientes e incluso últimamente de resistir (aunque esto último es todo lo contrario al enfoque que nos ocupa). Pero existe una cualidad esencial cuyo significado suele malinterpretarse a menudo sin la cual todo lo anterior no se podría dar: la aceptación.
¡Pero cómo voy a aceptar!
En momentos de dificultad en los que lo estamos pasando realmente mal esta expresión podría ser lo primero que se nos venga a la cabeza. Sin embargo, en estas situaciones (bien podría ser la actual para muchas personas), la vida nos da dos importantes lecciones (cómo mínimo) que nos muestran que el camino de la aceptación es el único que tiene verdadero sentido.
La primera lección nos muestra que la vida está en continuo cambio debido al carácter impermanente de todos los fenómenos naturales. Curiosamente somos conscientes de la enfermedad, el envejecimiento y la muerte de nuestros semejantes, pero en la práctica actuamos como si esto nunca nos fuese a ocurrir a nosotros y a nuestros seres queridos. ¿Dónde quedó ayer, dónde está el último año, dónde quedó nuestra infancia? Uno de nuestros errores fundamentales suele ser el de creer en la solidez y estabilidad de las cosas, pero realmente ¿existe algo permanente en el universo?
La segunda gran lección nos permite ver que tenemos menos control del que solemos pensar. De hecho, nos cuesta mucho asumir que no tenemos el control sobre la gran mayoría de las cosas que suceden en nuestra vida. Precisamente esta creencia es una de las principales barreras para la aceptación. Si nos detenemos un instante podremos observar como en muchas situaciones que vivimos solemos actuar de manera poco eficaz confrontándonos irracionalmente con la realidad en un estéril afán de cambiar aquello que no depende de nosotros.
La llamada fórmula del sufrimiento ilustra a la perfección cómo la manera que tenemos de relacionarnos con aquellos eventos indeseables y que al mismo tiempo son inevitables y están fuera de nuestro control es realmente lo que nos hace sufrir y no el hecho en sí mismo:
Sufrimiento = Dolor x Resistencia
Cuando sucede algo que nos genera un dolor físico o emocional es la resistencia, es decir, nuestro rechazo de la experiencia presente lo que nos causa el verdadero sufrimiento. Pero inevitablemente y tal y como comentábamos, a lo largo de nuestra vida no dejarán de producirse situaciones que no podremos controlar y que de alguna manera pondrán en evidencia nuestra rigidez, reactividad y resistencia. Nuestra capacidad para aceptar y relacionarnos con este tipo de circunstancias marcará enormemente la calidad de nuestra vida.
Pero ¿qué es realmente la aceptación?
La aceptación es el antídoto contra la resistencia a lo inevitable de la vida y a nuestro afán de control cuando realmente no podemos hacer nada para evitar lo que está sucediendo.
Aceptar supone dejar de luchar contra lo que no podemos controlar para centrarnos única y exclusivamente en aquello que sí o sí depende de nosotros. Por ejemplo, en estos momentos en plena pandemia no podemos cambiar nada de lo que está pasando fuera, pero sí podemos responsabilizarnos de nuestra actitud ante lo que está pasando.
Aceptar es permitir. Es dejar que la vida sea tal cual es en lugar de pretender que sea como nosotros queremos en todo momento. Aceptar es soltar la exigencia y la ilusión del control para abrirnos a sentir y a vivir lo que nos toque a cada instante.
No es “no hacer” nada
Aceptar no consiste en quedarse de brazos cruzados sin hacer nada (nada más lejos de la realidad) si no en poner nuestro tiempo y energía en aquello que sí podemos controlar. En muchas ocasiones aquello que sí depende de nosotros se reduce a una única cosa: nuestra actitud, es decir, la manera que tenemos de responder (que no de reaccionar) a todo aquello que está sucediendo a nuestro alrededor. Sin embargo, en la mayoría de los casos no elegimos ni tan siquiera esta actitud ya que somos “esclavos” de nuestra interpretación y de nuestras reacciones emocionales ante las circunstancias. Creemos que somos libres, pero no nos damos cuenta de que estamos atrapados en nuestro propio mundo mental y en nuestra particular visión de la realidad. Elegir verdaderamente requerirá de atención, consciencia y comprensión (hablaremos de ello en el próximo post).
No es renuncia
Como decíamos, la aceptación jamás supone una renuncia a actuar. Pero toda repuesta que no esté precedida por la aceptación será realmente una reacción y no una respuesta. Tampoco es tolerar malas conductas y mucho menos decir “sí” cuando deberíamos decir “no”.
No es aprobación
Aceptar no significa que “todo está bien”, sino más bien “esto está aquí, esto lo que está pasando”. En nuestra vida pueden estar ocurriendo situaciones indeseables que no aprobamos, pero independientemente podemos ser capaces de aceptarlas. Es completamente lícito querer cambiar nuestras circunstancias de vida, pero ese cambio debería surgir de una verdadera aceptación.
No es conformismo
La aceptación de la realidad no tiene nada que ver con el conformismo, el pasotismo o la apatía. Precisamente la aceptación exige movimiento, transformación. Es una acción que sale del corazón. Pensamos que desde la aceptación las cosas no van a cambiar, pero estamos completamente equivocados.
No es una opción
Cuando algo sucede la aceptación no es una opción. Sea lo que sea lo que haya sucedido, ya está aquí. Ya se ha presentado. Esa es ahora nuestra realidad: ¿qué podemos hacer con las cartas que nos ha puesto la vida sobre la mesa?
No es resignación
Y por último y quizás más importante por ser donde mayor confusión se genera, la aceptación no es resignación. La resignación es una actitud pasiva que nos victimiza ante unas circunstancias indeseables con las que no hay nada que hacer más allá de “resistir pasivamente”. Cuando nos resignamos, aunque no lo manifestemos explícitamente siempre hay un rechazo oculto a esa realidad. La resignación limita nuestra creatividad y nuestros recursos y capacidades llevándonos a sentir que esa realidad nunca cambiará. Supone “tirar la toalla” ante un problema o situación inesperada no haciendo nada o haciendo menos de lo que podríamos hacer. La resignación nos hace esclavos de las circunstancias externas al no ser conscientes de nuestra capacidad para interpretar y relacionarnos con la realidad de otra manera.
En el próximo post exploraremos ampliamente dos cuestiones clave en relación a la aceptación: ¿por qué nos cuesta tanto aceptar?, y ¿cómo podemos cultivar la aceptación e integrarla en nuestro día a día?