“Lo que busca está tan cerca de usted que no hay espacio para un camino”
Nisargadatta Maharaj
Siempre me gustó referirme a la metáfora del camino como reflejo de mi propia experiencia de vida. Como si la existencia de uno fuese un caminar hacia alguna parte mientras va acumulando vivencias, aprendizajes y sabiduría en un continuo crecimiento y evolución. Por supuesto el camino ha de tener sentido y debe apuntar en una dirección determinada, esa que marcan la pasión, sueños, valores, propósito, etc. de manera que uno pueda decir con cierto alivio “este es mi camino” o “estoy en mi camino”. Como si el asumir tal afirmación nos produjese la sensación de no estar desperdiciando nuestro tiempo de vida y todo estuviese en armonía y equilibrio.
Sin embargo, desde algún tiempo, siento que me he “desplazado” (dudo que esta sea la palabra exacta) hacia algún lugar en mí en el que intuyo terminan todos los caminos. Lo curioso es que si hecho la vista atrás percibo que realmente no hubo camino alguno recorrido. ¿Puede ser que no me haya movido del sitio después de “tantos” años de vivencias, experiencias, prácticas y esfuerzos? Pues honestamente parece que todo sigue aparentemente igual por aquí (me refiero a un lugar muy adentro de mí mismo más allá de lo que pueda contarme). Tal vez el único descubrimiento valioso haya sido precisamente el darme cuenta (aunque solo sea de una manera muy sutil) de que no hay camino ya que realmente no hay nadie aquí para recorrerlo ni existe lugar al que ir.
¿Cómo he llegado a esta conclusión? Tal vez por una especie de evolución natural fruto de años de práctica contemplativa… o gracias a la lectura y relectura de los textos de los más grandes sabios y veedores que han ido apareciendo en mi vida… Si bien no quito valor a estas experiencias, hay un acontecimiento que sitúo por encima de todo lo demás. Algo que por muchos motivos ha marcado un antes y un después en mi vida: el nacimiento de mi hija Alma. A través de su presencia he podido sumergirme un poco más en las profundidades de mí mismo para alcanzar un mayor grado de comprensión de lo que supone estar vivo. ¿Y cómo ha sido posible? Tan solo observando su pureza, plenitud y libertad. Presenciando a un ser que es todo sin querer ser nada. Siendo testigo en primera línea de un amor incondicional sin trampa ni cartón y de un hacer que se da momento a momento sin buscar resultado alguno en la acción realizada. Para ella (como para cualquier otro ser humano de muy corta edad) la vida es ahora. La vida no tiene propósito, sentido o fin. Porque la vida en el momento presente es todo. Ella me muestra cada día lo que somos, nuestra naturaleza verdadera y esencial. Me enseña que aquí y ahora no hay camino porque ya somos todo aquello que anhelamos y buscamos. Me descubre a cada instante que no hay ni un solo paso que dar, tan solo despojarnos de todo aquello que no somos para regresar al hogar.
“Es preferible un solo maestro de vida frente a mil maestros de la palabra”
Maestro Eckhart
Pero ¿soy capaz de integrar realmente estas enseñanzas tan elevadas más allá de una comprensión intelectual? Es decir, ¿realmente no hay camino? ¿Es así para mí aquí y ahora en este preciso instante? En un ejercicio de honestidad he de reconocer que no. Más allá de la intuición que pueda tener, todavía siento que (yo) tengo mucho que aprender y descubrir. Vislumbro que la vida es un no-camino (intuitivamente, al menos), pero todo apunta a que para mí y de momento seguirá siendo un camino ya que todavía encuentro la presencia de un “yo” que tiene que elevar su nivel de comprensión hasta poder liberarse de sí mismo (¡he aquí la paradoja y la prisión!).
Sí, aquí y ahora en mi realidad actual siento la necesidad (o el deseo) de saber, de acercarme a la verdad, consciente de que “ese” que quiere saber es sin duda el que me mantiene alejado de toda comprensión verdadera. En este instante tengo muchas preguntas (cuestiones cuya única contestación posible solo puede ser el más absoluto y vacío silencio): ¿quién soy yo? ¿Tengo algo que ver con eso que veo reflejado en el espejo? ¿Y con ese que piensa, siente, dice y hace cada día? ¿Dónde está ubicada la conciencia? ¿Tiene esta principio y fin? Y la gran pregunta, esa que contiene y desmonta a todas las demás: ¿quién quiere saberlo?
Una vez más (insisto en ello), soy perfectamente consciente de que cuanto más crece en mí el ansia por saber, más me alejo de cualquier descubrimiento verdadero. Mientras haya “alguien” que busca siempre habrá camino que recorrer. Soy prisionero del engaño, lo sé, pero no tengo elección. Mi vida me empuja hacia ahí irremediablemente (empieza a estar claro que yo no la dirijo). Es como si algo dentro de mí quisiera despertar a lo que verdaderamente es sabedor de la condena que supone el sentirse un “yo” separado del mundo. Una especie de intuición que se empieza a dar cuenta de que aquello que parece ser, no es. Una llamada de dentro hacia fuera. Una fuerza deseosa de encontrar lo que algún día fuimos, eso que mi hija me muestra a cada instante.
Este cuerpo físico en algún momento partirá… Pero ¿desapareceré Yo (con mayúscula) con él? Si existe la más mínima posibilidad de que seamos algo diferente a lo que aparentamos ser (y todo apunta a que así es), ¿no tendría todo el sentido del mundo ponernos manos a la obra para descubrir el origen y la eternidad que está en cada uno de nosotros retirando completamente nuestra atención, tiempo y energía de todo aquello perecedero, superficial y fútil?
Por supuesto mientras escribo estas líneas me asaltan muchas dudas (¡faltaría más!) Por ejemplo ¿qué sentido puede tener una “búsqueda” que está completamente alejada de la practicidad del mundo real? Si tiene tanto sentido y es tan importante ¿por qué no estamos absolutamente todos los seres humanos volcados en nuestro autoconocimiento profundo? ¿No estaré siendo un simple mortal perdiendo su tiempo enredado en sus propios pensamientos y divagaciones?
Pero inevitablemente llego una y otra vez la misma conclusión: ¿podría hacer algo diferente? Y la respuesta es un “no” rotundo. Porque “yo” no hago nada. Porque “yo” no elijo. Todo surge. Y el latido es tan fuerte y claro que no se puede detener.
Este es mi camino. Caminar para (tal vez) descubrir que nunca hubo caminante ni lugar al que ir. Vivir para despertar a lo que verdaderamente soy asegurándome de no vivir y morir sin saber quién está realmente haciéndolo. Este es el compromiso conmigo mismo más honesto y real que podría asumir en este momento.
Para ello no me queda otra opción que la de indagar e investigar. No puedo haber llegado hasta aquí (¿a dónde realmente?) para asumir ahora los conceptos de otros convirtiéndolos en creencias o información de segunda mano. Mi experiencia de vida ha de convertirse en un laboratorio que me permita el no tener que asumir nada que no pueda constatar con mi propia experiencia presente. Y la primera evidencia ya la he obtenido gracias a mi propia hija. A través de todo el tiempo que comparto con ella he podido atestiguar que aquello que dicen los que han “despertado” (en el mejor de los sentidos posibles) es verdad: somos uno con el mundo. Esa es nuestra esencia, nuestra verdadera naturaleza.
Camino hacia el no-camino consciente de que a cada paso me acerco y me alejo un poco más.
“Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos”
San Mateo (18, 1-5, 10)