La compasión, lejos de lo que muchas veces se piensa, no es un sentimiento de pena o lástima que podemos sentir hacia alguien en un momento dado, sino que consiste en el reconocimiento del sufrimiento propio y ajeno y en la motivación por aliviar dicho sufrimiento.

Dirigida hacia nosotros mismos la compasión se basa en la intención de procurarnos salud, afecto y bienestar, lo cual constituye un comportamiento proactivo para mejorar nuestra situación personal cuando lo estamos pasando mal.

Pero realmente no es nada fácil sentir compasión y aceptarnos tal y como somos con todas nuestras “imperfecciones” en una sociedad tan competitiva y exigente como la actual, ¿verdad? Solo tenemos que ver como nos juzgamos, criticamos o exigimos en muchas ocasiones. Ya sea por nuestro aspecto físico, relaciones, trabajo, etc., la exigencia y la dureza suelen formar parte de nuestro diálogo interno sin que apenas nos demos cuenta.  Quizás la reflexión que podríamos hacernos aquí es: ¿cómo nos sentimos interiormente cuando somos duros y autocríticos con nosotros mismos? Y si esa actitud no nos hace sentir bien: ¿por qué la mantenemos y alimentamos?  

Comenzar a cultivar una manera de relacionarnos con nosotros mismos más cuidadosa y compasiva requiere en primer lugar que podamos tomar consciencia de nuestro propio sufrimiento. Es habitual que cuando se presentan retos y dificultades en nuestra vida, tendamos a ignorar que lo estamos pasando mal centrándonos exclusivamente en resolver el problema. No suele ser habitual que en esos momentos hagamos un alto para cuidarnos, pero es fundamental como primer paso reconocer lo que estamos sintiendo sin negarlo ni rechazarlo.

Otro aspecto esencial es tomar consciencia de que el sufrimiento y las dificultades son parte de la experiencia humana. En ocasiones cuando lo estamos pasando mal nos sentimos desconectados de los demás, imaginando que todo el mundo está mejor que nosotros. Es habitual que desde ahí nos exijamos estar bien y consideremos que si estamos así es porque algo no estamos haciendo bien. Pero es muy importante recordar que la experiencia del sufrimiento es común a todos los seres humanos por el simple hecho de estar vivos.

Y por supuesto para desarrollar la autocompasión es fundamental que podamos conectar con la motivación de aliviar nuestro sufrimiento adoptando el compromiso de cuidarnos y tratarnos afectuosamente hasta que volvamos a estar bien. Independientemente de lo que haya pasado, es esencial no criticarnos o autocastigarnos como suele ser habitual para no aumentar aún más nuestro sufrimiento. Ya habrá tiempo de modificar y corregir nuestra conducta cuando estemos bien, pero la dureza y la autocrítica no están relacionadas con el cambio, de hecho, más bien, lo dificultan.

Para llevar esto a la práctica podemos comenzar poniendo en marcha un pequeño ejercicio la próxima vez que nos sintamos mal. Ya sea porque consideramos que hemos hecho algo mal, porque algo no ha salió como esperábamos o le hemos hecho daño a alguien.

Primero es recomendable buscar un espacio en el que podamos estar tranquilos y cómodos. A continuación, podemos cerrar los ojos (solo si esto nos ayuda) y tratamos de describir lo que estamos sintiendo en nuestro cuerpo. Por ejemplo: estómago encogido, nudo en la garganta, corazón acelerado, etc. Si es posible describimos también la emoción o emociones que nos asaltan en ese momento sin juzgarlas ni reprimirlas. Podemos repetirnos alguna frase tranquilizadora usando un tono pausado y cariñoso con nosotros mismos. Por ejemplo: “esto duele…”, “qué difíciles están las cosas para mí en este momento…”

A continuación, tratamos de recordarnos a nosotros mismos que el sufrimiento es inherente a la vida e inevitablemente todos los seres humanos lo experimentaremos en algún momento. Podemos acompañar esta perspectiva con alguna frase del tipo: “a mucha gente le ha pasado o le está pasando lo mismo que a mí…” o “aunque no lo parezca no estoy solo con mi sufrimiento…”

Por último, tratamos de conectar con todo el amor que albergamos en nuestro corazón para darnos el afecto que necesitamos en este momento. Podemos repetirnos alguna frase compasiva como, por ejemplo: “ojalá pueda aceptarme tal y como soy…” “ojalá pueda aceptar que es humano cometer errores y que no tengo porque ser perfecto en todo lo que hago…”

A veces no resulta fácil encontrar esas palabras compasivas cuando se trata de dirigirlas hacia nosotros mismos. En esos casos podemos imaginar qué nos diría la persona que más nos quiere en este momento en el que lo estamos pasando mal. Cuáles serían sus palabras y sobre todo cuál sería el tono con el que se dirigiría a nosotros.

También es interesante que podemos enfatizar estas palabras con algún gesto compasivo. Por ejemplo: tocarnos suavemente la cara (con la palma y con el dorso), acariciarnos suavemente el pelo, colocar una o las dos manos sobre nuestro pecho, fundirnos en un abrazo a nosotros mismos o experimentar con cualquier otro lugar de nuestro cuerpo que logre reforzar esa conexión con el cariño y el autocuidado. Este tipo de ejercicios, aunque puedan resultar extraños al principio al no estar acostumbrados, son enormemente poderosos cuando los ponemos en práctica debido a que nos permiten segregar oxitocina.

Cuando realicemos esta práctica podemos permanecer en ella todo el tiempo que sea necesario hasta alcanzar un estado de mayor calma y tranquilidad de manera que podamos continuar con nuestros quehaceres diarios con mayor sensación de paz y serenidad.

La compasión hacia nosotros mismos nos permitirá aprender a cuidarnos y a darnos el afecto que tanto necesitamos en muchos momentos de nuestra vida sin reprimir ni ignorar nuestro dolor pudiendo con ello alcanzar un mayor grado de satisfacción y bienestar.

Manuel Darriba

Foto de portada: Giulia Bertelli (Unsplash)