En ocasiones tengo la inmensa suerte de poder salir de mi “zona de confort” para mostrarme frente a jóvenes adolescentes. Es una oportunidad única para reencontrarme con el adolescente que un día fui (que sigue muy vivo por aquí dentro, por cierto) y sobre todo para contemplar otras miradas y perspectivas de la vida que me ayudan a salir del “adultocentrismo” en el que casi todos caemos de vez en cuando (sí, ese patrón de pensamiento y creencias que cree saberlo todo y que esporádicamente suelta perlas como “los jóvenes de ahora son un desastre”). 

Cuando se les da la oportunidad de abrirse y compartir, estos chicos muestran muchísimas inquietudes, anhelos y deseos, pero también mucha necesidad de ser escuchados, reconocidos, tenidos en cuenta y en no pocos casos mucho miedo y sufrimiento. Sufrimiento que se refleja a través de dos caras de la misma moneda: desmotivación, desgana, resignación o un autoconcepto muy negativo de sí mismos por un lado y ansiedad, estrés, exigencia desmedida o nula tolerancia a la frustración por el otro. Obviamente no siempre es así, pero reconozco que me sorprendo cuando veo ojos brillantes de ilusión, confianza y ganas de comerse el mundo.

Está claro que la adolescencia no es una etapa fácil, de hecho, probablemente sea la más difícil de nuestra vida (algo que dejamos de ver cuando somos adultos). En mi caso hace 25 años no sabía muy bien lo que quería hacer con mi vida. Vivía desconectado de mis fortalezas, no tenía del todo claro cuáles eran mis habilidades naturales y lo peor es que me culpaba a mí mismo por estar en esa situación. Mi camino personal en los últimos años ha sido precisamente el de conocerme, descubrirme, encontrarme… desaprender y soltar los lastres acumulados (aún estoy en ello) para caminar libre con el corazón como única brújula.    

Cuando veo a estos chicos y chicas y los comparo con mi generación me doy cuenta de que quizás la cosa no haya cambiado demasiado o que incluso, en cierta manera, estamos yendo a peor. Según un estudio la mitad de los jóvenes españoles entre 15 y 29 años aseguran haber sufrido un problema de salud mental.  

Ante esto me pregunto: ¿cuál es nuestra responsabilidad como “mundo adulto” que somos? ¿De qué nos han servido todas las reformas educativas, los adelantos tecnológicos o el tenerlo todo a nivel material (me refiero a esta cara del mundo) si hay tanto sufrimiento y dificultades en las generaciones que tendrán que construir el futuro de esta sociedad?⁣La realidad (o más bien como yo lo veo) es que estamos creando un sistema que enferma a las personas que traemos a él (reconozco que como padre me preocupa enormemente). Los hemos bautizado como la “generación de cristal” sin ser conscientes de que hemos creado un “monstruo” que los está devorando. En muchos casos miramos para otro lado y pensamos que “esto es lo que hay”, pero nuestra responsabilidad como adultos está ahí, ¿A qué esperamos para asumirla?

Comencemos por no normalizar ciertas situaciones y démosles todas las herramientas que estén a nuestra disposición desde la escucha horizontal, la reflexión. y la acción consciente. Nos están necesitando tanto como nosotros a ellos.

Manuel Darriba

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